Claro que se pudiera aducir que en Cuba, más que en los lugares donde gravita el capitalismo rampante que no deja kilómetro bien cotizado sin construir, es más fácil hallar la ruina de lo que fue un cine que en otros lares. O que esos que ya no fungen como tal siguen vivos –como nos recuerda la propia Carmen– en almacenes, viviendas, parqueos, carpinterías, salas de teatro o galerías de arte. E inclusive, que el fenómeno de su cierre y abandono o reutilización se replica en muchos países del orbe, junto a los efectos del cambio del paradigma tecnológico. Pero lo cierto es —y cito nuevamente a la fotógrafa– que durante “los años 50 existían en la ciudad alrededor de 140 salas de cine” y que, teniendo en cuenta la densidad poblacional de La Habana (que andaba por el millón), la media de un cine por cada 7500 habitantes la hacía sobrepasar o emular a “casi todas las ciudades más grandes del mundo contemporáneo” de entonces. De cualquier modo, ni la distancia ni lo variopinto de la empresa han mellado la avidez de Carmen, quien cuenta con un mapa donde los sitúa y con una tabla en la que va marcando en amarillo los que ha visitado, mientras refiere, no sólo la ubicación y el estado actual del inmueble, sino la fecha en que fue construido, los arquitectos que lo planearon o el número de lunetas con las que competía frente a otros cines.
No en vano este trabajo continúa teniéndola en ascuas, y la fotógrafa me confiesa que espera que cambie el viento y llegue algún respaldo que le permita venir a por más; o que guarda pan y esperanzas para regalarse ella misma una “residencia artística” en la casa materna, que volvería a ser centro de operaciones de su incansable incursión. No obstante, mientras se abren los cielos y siendo que ha logrado muchísimo en sus pesquisas, su afán (tanto como el interés de los asiduos del cine y de los fanes de lo retro) ha sido ya recompensado con EXIT. Atlas de los cines habaneros, muestra que ha tenido incluso reposición –para decirlo con el lenguaje del ámbito que recrea–. Durante 2019, el proyecto pudo ser contemplado en dos exposiciones, ninguna de ellas, lamentablemente, en Cuba. En julio, se la vio en la sala Vist Alegre de Torrevieja (Alicante) y en octubre, en La Empírica (Granada), donde la expo se combinó, además, con un ciclo de cine en el que, justamente, películas de Fernando Pérez como Madrigal (2007), Suite Habana (2003) y La vida es silbar (1998) volvieron a llegar a los espectadores. Para abril de 2020, el 18 pasado, se hallaba planeada la inauguración de la tercera vista de EXIT en Galicia, en la Fundación Vicente Risco, lo que quedará –como tantas actividades preteridas– para después de la pandemia, y en ocasión de lo cual podrá conocerse un corto de ocho minutos donde se aprecian algunas de las entrevistas hechas por la autora entre los vecinos de los cines rastreados.
Si la visitamos en Instagram, hallaremos huella notable de su trasiego a través de sus “historias”, donde constan tales exhibiciones, así como lecturas, charlas, presentaciones de libros y filmes en la península ibérica. Porque quien estudió Economía y Teología, e hizo algunos dosieres de artistas plásticas en la Isla antes de decidir entregarse en cuerpo y alma a la fotografía, reside en España desde hace veinte años, y es en tal país donde ha hecho carrera con su arte. Allí cofundó el proyecto El Trapiche (2011), “que idea, gestiona y produce proyectos para el desarrollo y la difusión de la fotografía contemporánea”. En Granada, en la actualidad, se halla inmersa sobre todo como coordinadora de comunicación y docente en los afanes de Deriva, una escuela de fotografía que cofundó con Javier Morales Prados y Pablo Trenor Allen.
Conviene decir que Carmen es conocida en su ciudad adoptiva por orquestar, en cualquier época del año, visionajes regulares, muchas veces con la presencia de directores invitados extranjeros que visitan la ciudad –como sucedió con el iraní Meelad Moapi o con el colombiano Antonio Dorado Zúñiga–. El cineforo La azotea de Tulipán, cuyo nombre remite a la placa de la calle de Carmen en La Habana, denomina un debate que en los veranos se instala en su terraza granadina, mientras que en el invierno se recluye en los salones de los amigos, con todo y proyector, para pasarse hasta la madrugada conversando con motivo del visionaje de realizaciones del cine europeo y latinoamericano (entre el que abunda el cubano) o de cine independiente de los Estados Unidos, entre otros. En Cuba la formación de Carmen en el cine y en lo fotográfico fue incipiente, pero la preparó para emprender estas lides. No tanto por su primer curso de fotografía en blanco y negro, en la Casa del Tango –que luego completaría entre cursos y talleres de Ricky Dávila, David Jiménez, Joan Fontcuberta, Oscar Molina o Eduardo Momeñe–, sino más bien pienso en su pertenencia a la Oficina Católica Internacional del Cine (OCIC), gracias a lo cual fue jurado de festivales como el Cine Plaza; una labor que ha continuado en España, donde ha otorgado premios como el FLECOS del Sur (a la Mejor Película en Castellano), el José Val del Omar (al mejor Cortometraje de Escuelas en el Festival Internacional de Jóvenes Realizadores de Granada) y el lauro de la primera edición de Cinespejo, entre cuyos organizadores del próximo año se cuenta.